El destino, sin duda existe. Nacimos para encontrarnos y como no podía ser de otra manera, sucedió en septiembre. Me sobraron cuatro de los cinco minutos de Gonzalez Adalid.
Curiosamente, llené la cesta de mi bici de cuadros, con camisas de cuadros y bicis. No perdí el equilibro hasta el día siguiente. Hacía unos meses que tiré la plancha bajo un impulso de mi nueva religión “haz lo que te haga feliz” y fue la falta de esta, la excusa con la que te presentaste en mi puerta.
El estudio estaba entusiasmado, mentiría si digo que no me fijé en ti y además venías a planchar... menuda estrategia de conquistador. Abrí la puerta, pasaron las horas y supe que mi viaje a París esperaría.
Escapada improvisada para cerrar la noche, el escenario bajo el cielo de murcia y la catedral observando. Paseamos sin prisa. Volvemos a casa y dos besos me dejan fuera de juego.
Sueño contigo. Despierto, y el iphone me confirma que tu también has soñado conmigo y al despertar no has podido esperar. Excusas para volver a vernos. No pasan dos días y allí estamos cogidos de la mano bajo la mesa. Después, agachados en el suelo de un bar abarrotado de gente, aquí nadie nos ve. Magia.
Inmortalizamos el día en el fotomatón de la Merced, de nuevo las fotos me quitan protagonismo. Paseamos de nuevo, ahora agarrados. Besos cobardes en la frente. Volvemos a casa, dormimos abrazados con la piel apretada. Parecía echarte de menos, como si te esperara toda la vida, y seguimos sin el momento valiente.
Amanece. Tercera excusa y tercera cita. Llega el beso (por fín), uno de esos que hacen sentir que siempre han sido tuyos. Como unos labios que conoces, como los sabores que prefieres, como el camino de vuelta a casa. Un beso cómodo, esos besos fueron míos en otra vida, un beso seguramente ensayado mientras dormía. Magia.
Pasan los días, y sigues aquí para quedarte. Es increíble que vengas para hacerme más feliz aun. Es increíble. El amor de verdad y tu lo sois.